Isla de Games en el archipiélago de las Paridas

En esta Isla maravillosa de Games, mi familia pasaba alrededor de 21 días en un tienda de campaña que mi abuelo Don Rafa, montó. Corrían los finales de los años 50 y es el lugar del mundo que más llevo en mi pensamiento. Espero que unos de mis mejores libros se desarrolle en torno a ese pedazo del mundo que para mi es el Paraíso. Tuve que esperar casi 50 años para regresar a ella y fui de la mano de Alberto Nasta Horna y de Servio Tulio Trivaldos, amigo de mi infancia y de su hijo Servio Tulio, hijo de Ibette que ahora es mi sobrino.

 

De vacaciones a nuestro país.

 Pocas cosas nos pueden resultar tan interesantes y emocionantes como la dicha de pasar unas vacaciones en nuestro país de origen. Esto es precisamente lo que estoy haciendo en éste preciso momento y gracias a la tecnología, puedo enviarlo como si estuviese en mi casa de Madrid y así seguir trabajando como si tal cosa, estando en otro continente.

Desde el preciso momento en que tomamos la decisión de regresar a casa, pensamos en lo que haremos en cuanto lleguemos al lugar que nos vio nacer. También en lo que vamos a comer y a disfrutar. Los lugares que visitaremos y a los amigos a los que veremos. Al bajarnos del avión, el aire huele diferente y parece como si en ése momento nos acabásemos de despertar de un largo sueño. Al llegar a casa percibimos algunos cambios, pero no queremos aceptarlos como tales, ya que en nuestra mente están registrados de otra manera.

Al principio todo resulta maravilloso. Los amigos te preguntan cómo estás, pero a los pocos minutos, todos vuelven a la normalidad y empiezas a sentirte un poco incómodo. Entonces te planteas que tú ya no eres de allí y te sientes extraño en tu país. Comienzas a valorar las cosas buenas de España y te dan hasta ganas de regresar antes de tiempo. Miras a tu alrededor y te das cuenta de que los postes de la luz están en la calle y que la palabra tiempo tiene significado diferente. Que el Internet va muy lento y todo aquello  que te habías imaginado hacer, nada tenía que ver con lo que estabas haciendo. Esa noche te duermes un poco desengañado, pero al día siguiente al despertarte te dices a ti mismo: “La vida hay que disfrutarla ahora” y decides hacer todo aquello que te apetece. Al cambiar tu actitud, de repente aparecen los amigos o familiares que también han tendido una vida parecida a la tuya y estableces nuevas relaciones.

Ayer por ejemplo fue para mi uno de esos días que nunca olvidaré. Le había pedido a mi sobrino Alberto, que hiciese todo lo que estuviese en su mano para que yo pudiese regresar a una pequeña Isla del Pacífico Panameño, donde mi familia solía pasar veintiún días viviendo en plan Robbinson Crusoe. Él se lo dijo a uno de sus mejores amigos llamado Serbio Tulio, que es hijo de unos antiguos amigos míos y su padre también se apuntó y entre los tres organizaron el viaje.

Regresé a la Isla de mis sueños. Recuperé a un amigo al que siempre estaré agradecido. Comimos en la Isla que ahora es un Parque Natural. Pescamos y hablamos mucho y comprendí al estar con Serbio, su hijo y mi sobrino un martes cualquiera, que la vida te dará todo aquello que le pides. Horas después en casa de Serbio e Ibette recordé, “Un Quince Años” en el mes de Junio de 1970 que resultó inolvidable.

Ahora mientras escribo mi columna, estoy con mi sobrino Frank en su despacho, cantando con la difunta Rocío Durcal y Joaquín Sabina, “Y nos dieron las diez”. También recordamos un veinticuatro de diciembre en Madrid, donde los dos solos a falta de mi hija, cantamos a México con todo nuestro sentimiento.    

 El recuerdo que tiene el ser humano de su pasado, es la balanza con la que se pesa su vida. Dichoso aquel, que al recordar lo perdido, en lugar de sentir un temeroso arrepentimiento, es capaz de construir una nueva vida, partiendo de la base, que lo importante no es aquello que te pasó, sino lo que tú eres capaz de hacer con lo que aprendiste de tu pasado.